Hugo Mendoza: la guerra en primera persona

Daireaux

LA GUERRA EN PRIMERA PERSONA

19:56:46 – 28/12/2023

Los soldados argentinos llegaron a las Islas Malvinas sin preparación psicológica y con desconocimiento del clima y de las geografías. La mayoría tenía apenas 18 años, poca experiencia y mucha inocencia.

Uno de ellos fue Hugo Mendoza, quien, además, no sólo tuvo la desdicha de quedar prisionero de los ingleses durante un tiempo sino que fue protagonista de una insólita visita en medio de la Guerra: una carta al lado de una bomba.

En junio de 1981 ingresó al Servicio Militar Obligatorio conocido popularmente como colimba. Se presentó en Tandil, viajó a La Plata donde le dieron las instrucciones necesarias y, luego, fue trasladado a Puerto Belgrano, en Bahía Blanca.

“Tenía que estar catorce meses en la colimba, pero a los diez comenzó el conflicto con Gran Bretaña, entonces tuvimos que ir a Malvinas. Nos carteábamos con mi familia, y un día tuve que avisarles que mi nuevo destino era Puerto Argentino, en las Islas Malvinas”, explicó el ex-combatiente.

El conflicto comenzó el 2 de abril. Hugo Mendoza fue una semana más tarde. “Estuvimos casi todo ese mes colocando trampas explosivas, minas antipersonales para resistir del ataque enemigo”, recordó.

Estas características les permitían a los superiores tener mayor capacidad de dominación sobre ellos. “Había mucha falta de respeto hacia nuestras familias y hacia nuestra persona. Nos insultaban, nos prepoteaban y nos humillaban. A esa edad uno no está desarrollado bien personalmente, ni psíquicamente y ellos se aprovechaban de esas flaquezas”, analizó Mendoza quien, además, agregó que “tenías que respetarlos porque si no te castigaban, te metían preso, te sobrecargaban de tareas. Por eso, tenías que portarte bien”.

El “ser patriota” era la manera que se incentivaba a los combatientes a luchar y ganar. “Pero no nos convencían porque ellos eran muy falsos. Estaban más por el sueldo que por otra cosa, lo escuchábamos decir por boca de ellos”, expresó el deroense.

Las diferencias entre un cargo y otro, en las islas se hacían notar aún más. Con cierta repugnancia, Hugo Mendoza confesó que “cuando llegamos a Malvinas demostraron lo que eran, mucha cobardía. No pasaban las mismas peripecias que pasábamos nosotros. Cerca del soldado estaban muy pocos. Pensaban en ellos solamente”.

Más tarde, enfatizó que los generales “en las Islas demostraron lo que eran: unos cobardes que estaban escudados detrás de un uniforme. Sólo les interesaba cobrar sueldo y de la Patria ni les hables. Primero la vida de ellos y después la del soldado, cuando tendría que haber sido al revés”.

A pesar de que esas actitudes de los generales son muy penosas, para este veterano de Malvinas, había algo aún más terrible. “Lo más duro era acatar órdenes inútiles. Como por ejemplo tratar de que estuviéramos bien afeitados o con el pelo cortito y allá en Malvinas no se podía eso. Si no teníamos agua, ¿Cómo íbamos a calentar agua?”, se preguntaba a sí mismo.

En el Sur, a miles de kilómetros de su ciudad y sin ninguna comodidad a su disposición, al momento de descansar tenía que dormir en pozos, en trincheras o en carpas. En pleno invierno, a esas latitudes del planeta, las temperaturas eran bajas y tenían que sobrevivir de alguna manera. Para acondicionar sus terrenos, indicó Mendoza, “le poníamos algún arbusto, alguna manta y cartones para tratar de contener la humedad y que nos amparara un poco del frío”.

El tiempo no fue el único obstáculo que tuvieron que superar en aquellas tierras. También les tocó pelear contra el hambre. “La alimentación que nos daban era mala. A veces tuvimos que salir a matar alguna oveja, a tomar agua de mar”, confesó Hugo Mendoza. Cabe aclarar que sacrificar una oveja para comerla estaba prohibido y corrían el riesgo de ser descubierto y, como condena, podían quedar arrestados o ser estaqueados.

Mientras los medios de comunicación nacionales anunciaban el inminente enfrentamiento bélico con Gran Bretaña, en Malvinas, los soldados argentinos tenían una ilusión que, lamentablemente, en esos tiempos era imposible.

“La esperanza nuestra era que todo se arreglara diplomáticamente” explicó el deroense. Y agregó que “estábamos colocando minas y trampas y rezábamos para que se arreglara sin entrar en conflicto. Por otro lado, decíamos ‘si ya salió la flota desde Inglaterra, por algo salió. Estos no van a venir en vano”.

 

Los días de combate

Finalmente, los ingleses llegaron y no fueron en vano sino a luchar y quedarse con el territorio malvinense.

Si alguien se pusiera a sacar un promedio de las horas que los soldados dormían por día, seguramente le dará un resultado inferior a cuatro. Además de vivir en alerta por un posible ataque inglés, habría que sumarle el tiempo que estaban de guardia, en sus pozos.

Respecto a esto, Hugo Mendoza subrayó que “estar de guardia, en Malvinas, era tratar de estar custodiando para no perjudicar a los compañeros que estaban con nosotros en el pozo. Nos colocábamos las noches de mucha oscuridad (que no se veía ni a cuatro metros de distancia) y  hacíamos guardia la mayoría, tratando de no dormirnos y esperando a que nos relevaran. Como estábamos despiertos casi todos, no había mucho relevo”.

Si bien los militares argentinos arribaron a las islas el 2 de abril, durante todo ese mes se dedicaron a organizar el terreno y a esperar al enemigo. Los combates se iniciaron el 1º de mayo. Mendoza no estuvo exento a esto pero, con cierto alivio, aclaró que “en el sector que estuve fueron ataques aéreos y navales. Gracias a Dios no me tocó combatir frente a frente o apuntarle a una persona para tratar de matarla, ni sentirme apuntado o en una situación límite”.

Pero, con tristeza, contó que “tuve la mala suerte de ver compañeros muertos y heridos. A los heridos los tuvimos que ayudar para evacuarlos y a los muertos tuvimos que enterrarlos para que pudieran descansar en paz”.

Así describió el motivo por el que enterraban a los caídos de la Guerra. Con esa palabra, que, en ese momento y lugar, no existía. ¿Cómo descansar en paz en un sitio que estaba invadido por la batalla y la sangre? ¿No sería, para los compañeros, una batalla interna continuar luchando sabiendo q dejaban detrás un cuerpo sin vida producto de esa lucha bélica? ¿Pensarían si podrían ser el próximo o no había momento para pensar sino para actuar?

“No todos estábamos preparados para semejante escenario. Era una situación límite, es tu vida o la del otro. Si no defendés tu vida, arriesgas también la del compañero. Teníamos que estar bien preparados y nosotros, en ese sentido, no teníamos esa preparación. En lo físico estábamos bien preparados pero psicológicamente hay momentos que tenías que tomar decisiones muy duras, y cuesta”, reconoció el ex soldado deroense.

 

La carta perdida

 “El viento ha hecho una jugarreta. Le ha adosado (a una bomba) una carta, fechada en ‘Dairó’; dice domingo 18 de abril de 1982 (…) y no podemos seguir leyendo porque no podemos tocar la bomba que puede explotar en cualquier momento”, relataba por aquel entonces un periodista que cubría la Guerra.

Esa carta, había sido enviada desde Daireaux por María del Carmen Mendoza, hermana de Hugo, quien contó que se enteró que su hermano iba a la Guerra “cuando él estaba allá porque nos mandó una carta diciendo que era el nuevo malvinense”.

María del Carmen se enteró de la aparición del escrito a través de la televisión. “Me di cuenta que era mi carta porque conocía mi letra”. Yo se lo había mandado en una encomienda.

Días más tarde, periodistas de la revista “La Semana” acudieron a su casa para entrevistarla y hacerla conocida por todo el país.

Esa noticia no la vivió con alegría sino con desesperación. “Supuestamente la carta la tendría que haber tenido él, entonces la pregunta era: ‘¿Dónde está mi hermano?, ¿qué pasaba con mi hermano? Así que imaginate la angustia, el dolor y la desesperación de no poder hacer nada. Sólo noticias que se corrían. ‘Me parece que vi a tu hermano por la tele’, me decían cuando pasaban cosas de la Guerra.

Mientras todo Daireaux comentaba la novedad, el otro de los protagonistas no se había enterado. “Nunca supe hasta que llegué a Puerto Madryn. Ahí encontré a un chico de Daireaux haciendo la colimba y fue el primero que me dijo de la carta, yo no sabía nada. No estaba en el sector donde se recibió la correspondencia. Esa carta llegó a Puerto Argentino”, expresó Hugo Mendoza; quien añadió que “me sorprendí pero no entendía nada. Cuando retorné a Bahía Blanca, un suboficial que había quedado en la base tenía la revista y me la mostró. El llanto, la emoción, la alegría, una cosa inesperada”.

 

Después de la Guerra, prisionero en Malvinas

El 14 de junio era el principio del fin. El Comandante de las Fuerzas Británicas Jeremy Moore y Gobernador militar de las Islas Malvinas Mario Benjamín Menéndez negocian el alto al fuego y la consiguiente rendición argentina.

Para asegurar esta situación, los ingleses tomaron como prisioneros de guerra a soldados argentinos. Entre ellos estaba el deroense Hugo Mendoza quien contó que “si bien no metían presión con eso, nos tenían prisioneros y si no se terminaba la negociación no nos iban a devolver”.

El mes que estuvo en manos de ingleses fue mejor que cuando estuvo en combate. “Los ingleses nos trataban a través de la Cruz Roja. Nos tenían que brindar servicios médicos y psicológicos. Tenían la obligación de darnos de comer”, indicó Mendoza durante la extensa charla.

A pesar de que todavía no podía pisar suelo continental, sabía que no lo iban a matar. De la experiencia de estar prisionero, cuenta que le quedó una enseñanza: “te das cuenta de los límites que uno tiene porque ahí no dependía de uno, estabas en una situación de incertidumbre. No sabías qué iba a pasar con vos. Entonces le das valor a muchísimas cosas que, viviendo sin problemas, las dejás de lado”, reflexionó.

 

De la Guerra a Daireaux

El 14 de junio fue el principio del fin y el comienzo de otra situación difícil: el post Malvinas. A nivel nacional, gran porcentaje de sobrevivientes de la Guerra se suicidaron.

Para Hugo Mendoza, la vuelta a Daireaux demoró varios días. Una vez liberado de su condición de prisionero, retornó al continente cuando llegó a Puerto Madryn, Chubut, y de allí a La Plata a hacer las revisaciones y chequeos correspondientes. Luego, se dirigió a Bahía Blanca a “hacer todo el papelerío” y, ahí sí. Tomó un micro de la empresa “Ñandú del Sur” y llegó a Daireaux.

“Había gente esperándonos en el acceso, pero cuando llegamos a la terminal fue grandísima la sorpresa porque había muchísima gente”, comentó el deroense, quien, más tarde, dio una definición de heroísmo que, al menos, invita a la discusión: “la gente de Daireaux nos da importancia, nos cataloga como héroes pero no sé si somos héroes porque volvimos, gracias a Dios, vivos, podemos compartir con personas que en ese momento sufrió, que estuvo pendiente de lo que pasaba”.

¿Acaso no son héroes de Malvinas tanto aquellos que murieron como los que pudieron sobrevivir? Ambos lucharon por la patria en esa guerra absurda, unos con más suerte que otros en su destino pero no caben dudas de que dejaron todo y arriesgaron su vida. ¿Cómo negar que sean héroes?

(Publicada en mayo de 2010, en la primera edición de INFO HD)

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